miércoles, 10 de septiembre de 2014

¿Soberbia espiritual?


En mi época de estudiante en la facultad de teología de la universidad adventista de mi país, uno de los cursos que me marcó fue Homilética, el arte de predicar. Mi profesor era el Pr. Miguel Salomón y entre varias lecciones llegó el día de la práctica. Las prácticas eran muy interesantes. Cada alumno debía preparar un sermón para presentarlo frente a sus compañeros de clase por espacio de doce minutos. Después de la presentación los compañeros debían destacar puntos positivos y negativos respecto al sermón predicado. ¡Qué nervios!

Los primeros en predicar siempre eran los alumnos de apellidos A, B, C... de Cordero, o sea yo, Heyssen J. Cordero Maraví. Debo reconocer que mis compañeros fueron muy flexibles con los primeros predicadores. Yo prediqué un sermón titulado: ¡Oportunidades! sobre Esaú y su primogenitura. No osbtante, conforme pasaba el tiempo, los críticos se volvieron más duros. Había un compañero que contaba hasta las muletillas: "El predicador dijo 34 veces "¿entienden?", 15 veces "¿No es cierto?, 21 veces "Después", 17 veces "Pero sin embargo", otro criticaba la sonrisa del predicador: "El predicador tiene un sonrisa muy fingida, me parece que exagera...", algunos felicitaban solo la bonita corbata: "Lo que me gustó del predicador es su corbata, combina con su terno". Era un lugar de críticas extremas y curiosas.

Parte del curso también era observar sermones y predicaciones de otros predicadores. El profesor decía: "A partir de ahora ustedes cada vez que escuchen una predicación deben saber qué tipo de sermón es, cómo está estructurado su bosquejo, si es temático, expositivo, qué tipo de llamado aplica... etc.". Y así fue. Todas las veces que escuchaba predicar a alguien me concentraba en el sermón, en los movimientos del predicador, su oratoria, etc... y menos en el mensaje. Y así por buen tiempo difícilmente sacaba lecciones para mi vida sino lecciones para mi profesión, predicador. Es más, ¿pueden creer que le encontré fallas de estructura hasta a los sermones del Pr. Alejandro Bullón? Realmente yo estaba muy loco, muy mal. 

Ya de pastor empecé a empeorar. Lo mismo sucedía al leer la Biblia, cada vez que lo hacía, me decía: "¡Qué buena lección! es un buen tema para predicarlo a los hermanos...", como predicaba todos los sábados... y no escuchaba sermones de otros predicadores sentía que los sermones no son para mí, sino para otros. Mi lucha jamás fue el no estudiar mi Biblia, lo hacía todos los días (hasta hoy gracias a Dios), mi lucha consistía en que era una rutina a secas. No impactaba mi vida, la Palabra de Dios debía impactar la vida de mis hermanos, ¿y la mía? No, la mía no porque yo era pastor supuestamente.  Yo era un soberbio con letras mayúculas: SOBERBIO. ¿Quién es un soberbio? "Persona que se cree superior a los que le rodean por su posición social o económica o por alguna cualidad especial y que lo demuestra con un trato distante o despreciativo hacia los demás". ¿Un pastor soberbio? Sí. Uno bien soberbio.

En mi segundo año de ministerio, en la selva oriental del Perú, Tocache, regresaba de Balsayacu a casa en mi motocicleta a eso de las 19:00 horas y entré a casa del hermano José Huamán de Pólvora a entregar un encargo. Al entrar a su casa junto a su esposa estaban llorando. Al verme me abrazaron y me preguntaron diciendo: "Hermano pastor, ¿los pastores también se desaniman? ¿los pastores también se ponen tristes?". Ese día yo estaba tan desanimado y triste porque regresaba de una iglesia que no respondían a los llamados del pastor, no trabajaban, estaban siempre peleando entre ellos, y cuando llegaba a sus casas estaban tan ocupados que no podían atenderme.

Les miré y les dije que sí. Hoy mismo estaba triste. Y la hermana con voz quebrada dijo: "¿Y la Biblia que usted lee también es igual que la mía? ¿Por qué siento que mi Biblia impacta mi vida al leerla? pastor, préstame su Biblia, porque siento que mi Biblia no me habla...". Lo que me dijo la esposa de José era extraño... Le respondí que no era necesario, la Biblia es una sola. La Biblia tiene poder pero va a depender de nosotros al leerla, debemos ir a la Biblia con oración, esperando a que Dios nos hable a través de las líneas. Con la oración nosotros le hablamos a Dios y con la Biblia Dios nos habla a nosotros. La hermana se emocionó. Oramos junto a su esposo. Fue lindo.

Al regresar a casa en el camino pensaba en mi respuesta. Pensaba en lo que le dije a José y a su esposa... y me pregunté: "La Biblia ¿impactaba mi vida?". Hace cuánto tiempo que Dios no me habló directamente a través de su Palabra. Yo estudiaba la Biblia, la leía todos los días, preparaba sermones con ella, pero jamás para mí, siempre era para mis hermanos. Y esa afán bueno, yo no era bendecido por el poder transformador de la Biblia, la Palabra de Dios.

¿Pastor soberbio? Sí. Soberbio porque sentía que la Biblia estaba escrita para todos, menos para mí. No lo dije jamás, pero con mis actitudes demostraba eso. Dios podía hablarle a todos menos a mí. Desde aquél día allí en medio de la carretera Fernando Belaunde Terry, en la noche solitaria, decidí que todo lo que leería en la Biblia sería primero para mí, después de ser trasnformado yo, debía transformar a la iglesia a través de la Palabra de Dios.

Jeremías dice: "Así ha dicho Jehová: Así haré podrir la soberbia de Judá, y la mucha soberbia de Jerusalén" (13:9). Y verso 10 describe porqué son soberbios: (1) No escuchan la Palabra de Dios, y (2) Siguen las imaginaciones de su corazón. Esa es la soberbia. No es que no lea la Biblia, si la leemos, pero no la escuchamos, no la aceptamos para nosotros mismos... y cuando eso no ocurre, "seguiremos las imaginaciones de nuestros corazones". 

Quiero escuchar, todos los días Tu voz, Oh Dios, a través de tu Palabra hablándome a mí...

Pr. Heyssen J. Cordero Maraví

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