“Mirad cual amor nos ha dado el
padre para ser llamados hijos de Dios” 1 Juan 3:1
Muchas veces escuché decir que el amor de Dios solo se
podría comparar al amor de una madre, no lo entendía a cabalidad hasta el día que
fui madre. Creo que cuando se es padre o
madre nos es posible entender mejor el amor que Dios siente por nosotros.
Mi hija mayor llegó, como todos los
hijos, como una bendición grande a nuestras vidas. No obstante se enfermaba
constantemente y eso nos hacía llevarla constantemente al hospital, hasta
inclusive con solo ocho meses estuvo hospitalizada tres días. Era terrible y
doloroso ver a tu hija tan pequeña e indefensa sin entender lo que pasaba, pues
a cada momento venían los doctores y enfermeras para tratarla, pero ella tenía
horror por ellos.
Cuando tuvo nueve meses, después de
dos semanas de haber salido de hospitalización, nuevamente empezó a tener una
fiebre muy alta, le administré paracetamol y no le bajaba la temperatura. Mi esposo no
se encontraba en casa, estaba fuera de la ciudad realizando una campaña. Yo estaba con mi
suegra y mi bebé en casa, así que decidí llevarla de emergencia al hospital
pues la fiebre no menguaba. Cuando llegamos, el médico al instante solicitó que
se le pusiera una inyección para bajarle
la fiebre. Como se imaginarán mi niña lloró mucho, y el corazón “se me salía”
pero me hacía la fuerte.
Dieron de alta a mi pequeña
diciendo con eso ya no le iba a subir la
fiebre y que le diera sus medicamentos al día siguiente. No obstante, en casa,
nuevamente le empezó la fiebre y toda la madrugada me la pasé cuidándola para que
no se elevara su temperatura sin mucho éxito. Durante el día le subía y le
bajaba la fiebre, y llegó la noche y fue igual. Veía muy mal a mi niña, y sabía que si la llevaba al hospital le iban a
hacer lo mismo. No podía soportar ver tan mal a mi hija.
Algo dentro de mí me decía que no la llevé. Nunca
olvidaré esa noche, oré, lloré y clamé
al Señor toda la noche y al final le
dije: “Señor tú sabes cuánto amo a mi hija, pero sé que tú la amas más que yo.
Por favor cúrala” y agregué algo que es difícil decir cuando se trata de
alguien que realmente amas: “si es tu voluntad, cúrala, sino Señor”.
Hasta el día de hoy a mi pequeña no le ha vuelto a dar una fiebre
tan alta como aquellas y no volvimos a un hospital. Allí pude entender que Dios
nos ama mucho más de lo que nosotros podemos amar.
Lic. Charly M. Ríos de Cordero
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