Soy natural de la sierra central del Perú. Nací en Jauja. Allí, en tierras andinas pasé mis 11 primeros años de vida. No obstante, por razones de trabajo mis padres emigraron a la selva oriental del Perú: Pucallpa. Un cambio drástico sin duda, de la sierra a la selva, del frío al calor. Pero no solo eso, sino que al margen de las condiciones climatológicas y geográficas que desde ya son bien marcadas, se debe destacar las diferencias abismales de costumbres y cultura. Esto implica por supuesto los rasgos físicos y el modo de hablar.
Pues bien, en mi terruño serrano yo era alguien normal. Nadie me miraba como un bicho raro o como si estuviesen viendo al mismo "paisano jacinto". En la escuela primaria que mis padres me matricularon todos se reían cuando alguna palabra emitían mis labios. Confieso que por algunas semanas me propuse a no hablar ni una sola palabra. Mientras escribo estas líneas no puedo dejar de reír, es que sin duda mi forma de hablar sería extraño y divertido para los niños pucallpinos.
Recuerdo claramente el día en que todo esto cambió. Había decidido no volver a la escuela. No quería ser más presa de burla. No deseaba ser más el punto mofas y de risas sarcásticas. Mis padres me abrazaron y con dulce voz protectora únicamente: "tranquilo hijito, tú eres Heyssen J. Cordero Maraví, el hijo de Dios". Mis padres no eran cristianos, pero creían en que Dios era su creador, y que para Dios no había razas. Ellos me dijeron que para Dios no hay diferencias culturales, sociales y económicas. Me contaron que todos veníamos de los mismos padres, de Adán y Eva. Yo sabía todo eso, me lo habían dicho otras veces. Pero esta vez fue diferente, yo sentía que esas palabras eran exactas para ese día, para mi drama infantil.
Hoy recordé eso. Recordé que soy creación de Dios, recordé que soy hijo de Dios. Y soy feliz por ello. Atrás quedaron los complejos y temores. Desde aquél día en que mis padres me dijeron que yo era alguien especial y que era la voluntad de Dios que sus hijos sean diferentes porque en eso consiste la belleza de la creación llegué a ser feliz y amarme como soy.
No sé si hablo como el "pisano jacinto" hasta ahora. No lo sé y me importa poco. Lo que sí sé es que Dios me ama, me ama tanto que lo mínimo que yo puedo hacer es amarme y amar a mi prójimo. Gracias Dios por ser bueno. Gracias por que me enseñaste y me enseñas cada día a ser feliz, muy feliz en ti.
Pr. Heyssen J. Cordero Maraví
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